Se siente el chirrido de las rejas y aparecen dos uniformados averiguando el estado de los detenidos. Un joven con grado de suboficial y un mulato que frisa los 60 ostentando sobre las hombreras el grado de capitán. El reo cincuentón con una visible demostración de sumisión suplicante le cuenta a los aparecidos su situación y que no le han dejado comunicarse para lo de la fianza. El capitán murmura: eso es una mierda, horita te vas. El muchacho, mas frio e indiferente hace algunas observaciones sobre su caso, sin dudas sabe que a los recién llegados solo les interesa su estado como cuestión de trabajo y no con sentido humano. De lo contrario lo menos que hubiesen podido hacer era haberle suministrado aseo personal y no mantenerlos allí como si fueran ratas, independientemente del delito cometido. Espero que ambos terminen y les digo:
Quiero saber algo, ¿me pudiera decir algunos de ustedes porque estoy encerrado?
El capitán me mira de reojo, está a un lado de la reja y me atrevería a decir que se ha corrido más para no enfrentar mi mirada, la parte del rostro que puedo ver refleja incomodidad. El joven suboficial me mira de frente y me dice: ¿qué edad tiene usted padre?
58 años, necesito saber qué delito he cometido para estar detrás de las rejas.
Me deja los ojos fijos con una mirada ingenua, casi curiosa. Espere, ahora se lo digo, contesta y se vuelve. El capitán sin decir nada se escapa por el otro lado. Estoy seguro que no regresara a darme una respuesta. Al cabo de unos minutos el subteniente regresa.
Su delito es CR.
Y me puedes decir que es CR, en que código penal se encuentra. Es un delito plasmado en la legalidad, en la constitución, es algo real, definible contemplado en las leyes del país. Tiene que ver con la defensa de los Derechos Humanos.
El muchacho se queda mirándome con asombro, su rostro no denota indiferencia ni incomodidad como el del capitán, trata de esbozar una sonrisa de cumplido pero no le brota, no se arriesgaría a responder lo que conoce: la injusticia del poder; entonces le ayudo a la respuesta evasiva que no se atrevería a decir con firmeza. En mi juventud también tuve indecisiones.
Estoy aquí por ser defensor de los Derechos humanos: entonces CR se refiere al delito de Defensor de Derechos Humanos.
Mueve la cabeza hacia un lado y se siente obligado a la afirmación: si
O sea- repito con más énfasis- mi delito es defender los Derechos Humanos, por eso estoy dentro del calabozo, por eso puede interceptarme la CI en la calle y entregarme a ustedes y ustedes sin pedir explicación meterme tras las rejas. Ustedes, los uniformados comprometidos en defender la legalidad la están violando, ejecutan el delito.
El joven me escucha con atención, no me cambia la mirada ni escapa como hizo el capitán. En su mirar descubro una mezcla de compasión y confusión sin reflejos de indolencia. Casi me pregunta ¿qué hacer, que responderme?. Este ataque de ética y responsabilidad para con la exigencia de justicia no era para él, sino para el capitán, el jefe de unidad o el político, pero ninguno se atrevería- pienso- a enfrentar el desafío con la única posibilidad de salir airoso por medio de la fuerza y no de la transparencia o la razón.
Desde el comienzo en pedir una explicación sobre un inexistente delito que me implicaba estar dentro del calabozo, conocía que era la CI y la CR. Las primeras siglas identificaban a la policía política como contrainteligencia, las segundas a la contrarrevolución, un delito indefinido a términos legales y constitucionales, solo precisado por la fuerza del poder por encima de toda razón de justicia. Así como no es definible el concepto real de revolución, CR tampoco es un término concreto, en la realidad es una expresión de la fuerza siempre mutante a las exigencias dictatoriales. Delito de CR puede ser desde repartir una declaración de Derechos Humanos hasta manifestarse contra un hecho de corrupción evidente si las personas involucradas pertenecen al partido comunista. Desde luego, en mi caso era aplicable el concepto mutante, hacia de periodista independiente, bloguero, defensor de derechos humanos y todo lo opuesto a la turbulenta amalgama de denigración humana surgida y nutrida desde ese concepto indefinible de “revolución” socialista, antes del siglo XX, ahora del siglo XXI. No le digo nada mas al joven que permanece por unos segundo más petrificado del otro lado de los barrotes, como si esperara que yo de reo le diera la orden de marcharse, no me sentía satisfecho, no con la respuesta de que mi delito era el de defender los Derechos Humanos dada por el joven, sino, con que no había sido el jefe de unidad, el político o el capitán que según supe más tarde actuaba de superior quienes me la dieran.
El joven dio la espalda y se marcho después de otro chirrido de las rejas. Yo subí a la litera de arriba, me descalce y me tendí en el duro cemento colocando un zapato de almohada, a través del cuadro enrejado de la ventana se veía un pedazo de cielo azul con algunas relucientes nubes blancas, debajo, la negra silueta de una tiñosa con las alas extendidas deambulaba confiada en su vuelo, pensé en los tapiados, en los que durante años estuvieron encerrados en las mazmorras castristas producto de esa palabra solo definible en términos de la fuerza y el abuso de poder sicológico y físico, esa palabra inventada por el sátrapa que había destruido la dignidad de mi pueblo cubano, esa palabra cargada de misantropía que quisiera borrar de todos los diccionarios del mundo y la historia y no escucharla más en los labios de ningún ser humano: “revolución”. Sentí vergüenza por no haberme convertido desde el primer día que nací en un contrarrevolucionario. Ya era cerca del medio día y me sentí agotado. Le pregunte a mis compadres de celda que si en la noche entregaban colchonetas, escuche a uno afirmándolo y le respondí mientras me quedaba embelesado: entonces dormiremos bien. Un tiempo después sentí nuevamente la estridencia de las rejas que se habrían, alguien me pregunto si iba a almorzar, sin abrir los ojos le conteste: yo no como encerrado por ningún delito.
El cincuentón después del almuerzo dijo que tenía que usar el cagadero, un hueco en el cemento colocado al descubierto detrás de las literas, la peste se mezclo con el olor nauseabundo disuelto en la celda, el joven delgado le dijo que pidiera agua para echarle, estoy algo acostumbrado a lo rudo, pero sentí vergüenza por dignidad. De este lado los hombres parecían valer menos que las ratas. Le dije al cincuentón: quieres saber si les importas algo, dile que tomen mi dinero para tu fianza, así lo hizo, llamo al calabocero y este le contesto que tenía que esperar. Ves, no les importas mucho como ser humano, es lamentable. El se quedo mirándome agradecido diciéndome que enseguida que saliera me devolvería el dinero. No te preocupes -le dije- solo llégate a Capdevila y dile a mi hermana que me tienen encerrado. El dinero si algún día te acuerdas me lo devuelves.
Un tiempo después sentí que me llamaban, presentí que era para liberarme pero ya me estaba acostumbrando y no me sentía del todo incomodo adentro, cuando tu espíritu esta en paz el hambre puede parecer repletes, quizás unos días allí me darían nuevas experiencias para escribir desde lo incomprensible hermosas paginas para destruir la “revolución”, lo más difícil seria mantenerme sin comer, ¿qué diría el coronel si le comunicaran que yo no quería salir del calabozo si él no venía a sacarme, al fin y al cabo el era quien me había encerrado? . Con lentitud me levante y me calce los zapatos, baje de la litera, me despedí de los nuevos conocidos asegurándole que me preocuparía por ellos. El policía uniformado que me saco de la celda era un mulato de rostro picaresco, me llevo hasta el mismo saloncito de por la mañana y me entrego las pertenencias, otra vez me apoderaba de mis armas de destrucción masiva, revise los cargadores del AK- 47 y del porta cohetes, todo estaba en orden, la bolsita con el dinero también. Al indagar por la situación de la fianza para el cincuentón, el mulato que me había sacado del calabozo y ahora permanecía sentado tras del buro me aseguro que ya la habían puesto y que el otro reo saldría al otro día por la mañana.
Hermanos, ustedes la policía que debe velar por la legalidad son el arma ejecutora de las violaciones, piensen en lo que hacen, no siempre van a tener impunidad.
Tome por último los cordones de los zapatos, intente ponérselos correctamente pero me demoraba, los introduje en la mitad de los ojales algo contrariado y pensando que debía hacer que ellos los ensartaran, de lo contrario no me marcharía, pero cuando miré el rostro del joven cambié de idea, al final tendrían que obedecer las órdenes de los superiores. Atravesé el pasillo detrás del uniformado y salí abrazando el bochorno de la tarde. Mire hacia el cielo buscando la tiñosa, pero no la vi, parece haber descendido sobre alguna carroña. Hay pueblos que son tan necios que aplauden sus desgracias y bendicen sus miserias.
¿ Qué hacemos nosotros aquí?. Nosotros vivimos sin vivir y somos muertos insepultos ¿no es verdad?. “El sepulto de los vivos”. Fiodor M Dostoievski
Por la libertad de Alan Gross
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